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In.Li.Fe.Berlin08

Cahier de Doleances

Dejé skalitzer strasse ayer. Hacía muy buen tiempo, pero el viento impedía avanzar, y me entretuve media hora en una libería para hacer tiempo antes de montar en el tranvía. Me pareció una liberación cuando llegué a schlsisches tor. La reclusión que me abrumaba en todo momento cuando transitaba por entre las calles abarrotadas, me hizo saludar esa avenida como la tierra prometida. Los edificios brillaban con el barniz, ya que parecía un ambiente libre. Aquí iba a ser posible moverme despacio, lo que nunca me había parecido posible y mis piernas cansadas por la caminata de la mañana, descansaban felizmente en la calle tranquila y desierta, casi convencida de que nunca antes había estado tan cansada. Me senté en una mesa sobre la que desplegué un mapa de la ciudad. Dejando los riesgos románticos de caminar a ciegas, decidí descender en mi recuerdo hasta los escenarios de los turcos. Parecían muy confortables. Paz y abundancia, cajas de fruta y flores, reinaban alrededor. Me dio pena que el sol estuviera tan alto, mientras me iba acercando a mi antigua prisión de romántica empedernida. El barrio de Friedrischain me resultaba algo parecido a mi casa, pero iba a entrar allí sin que se encendiera mirada alguna de placer en los ojos de nadie. Temía la soledad y deseaba la noche para esconderme y cerrar los ojos a un mundo por el cual estaba destinada a vagar con el recuerdo. ¿Por qué los planes de la felicidad son tan engañosos? No hice otra cosa más que razonar y razonar, pero no me quedé en casa, decidí cansarme caminando y ganar así la fatiga, o mejor dicho, el olvido. Encontré los muelles que limitan el Landwehrkanal, decadentes con sus mansiones del siglo XIX y sus arboledas de hoja puntiaguda. Hacia el final del camino, un café de luz roja, parecía habitado por vagabundos en lugar de ciudadanos. Apenas parecían tener conciencia de su existencia, ninguna satisfacción por el placer que buscaban. .

Casi se me olvida mencionar a los pájaros. Los pigazos. Tienen alas enormes, y te persiguen con todo el derecho del mundo hasta que encuentran otro peatón al que amedrentar. En resumen, pocas veces he tenido la sensación de que alguien me sigue, y no me ha gustado verme obligada a desfilar al ritmo que me impone un pajarraco de mal agüero. Dice una leyenda danesa, "cuando los cuervos de Helsingor desaparezcan del castillo, el imperio alemán comenzara su resurgimiento", no confundir con los cuervos de la Torre de Londres. ¡El mundo está a merced del cuervo! Bueno.

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